Nos estamos acostumbrando a la palabra misiles como si estos artefactos letales fuesen los cohetes de las fiestas patronales o las tracas que estallan de continuo en Valencia durante las Fallas. Y no, los misiles, y cuanto más modernos peor, no tienen nada de lúdico; llevan en su interior, y en las intenciones de quienes los lanzan, la muerte, la destrucción. Al principio, solemos reparar en los detalles que acompañan a las noticias, en las cifras de potencia, velocidad, alcance, pero, por desgracia, pronto se acostumbra uno a los datos por muy aterradores que sean; parece como si el número de asesinados o de edificios despanzurrados nos fuera importando cada vez menos o nos resbalara. Israel ha lanzado tantos misiles contra instalaciones iraníes; Teherán ha disparado tantos misiles contra ciudades israelitas; estados Unidos ha bombardeado con misiles y otras armas cuarteles y fábricas nucleares persas… Misiles, misiles, misiles. La palabreja ha entrado en nuestro vocabulario cotidiano y, quizás por eso, por su normalización, ya apenas nos extraña, ya no alcanzamos a calibrar su repercusión verdadera, su engendro de dolor, miseria, desolación, muerte. Es decir, una guerra en toda regla, aunque sus protagonistas lo nieguen. No hay guerra, aseguran Trump, Netanyahu, Jamenei, ministros, responsables militares, analistas parciales… Si ellos lo dicen, pero, entonces, ¿cómo llamar a lo que está sucediendo en Oriente Próximo?, ¿cómo calificar la Operación Martillo que los norteamericanos ejecutaron en Irán?, ¿cómo definir los bombardeos hebreos y persas sobre civiles? Con las palabras se pueden camuflar o edulcorar acciones; con los hechos, no. Si se tiran toneladas de misiles sobre factorías y poblaciones se puede, y se debe, hablar de guerra. Y, por tanto, la comunidad internacional tiene que hacer todo lo posible para detener esa guerra. Hay en juego muchas cosas, sobre todo la vida de millones de personas, pero también la economía, el desarrollo, el equilibrio mundial, cuestiones que, en manos, de Trump, Netanyahu y Jamenei, están en peligro; pero ese peligro no afecta solo a sus países; nos afecta, y mucho, a todos.